viernes, mayo 29, 2009

Escape VIII


Hace tiempo me está dando vueltas en la cabeza la palabra infancia. Me pregunto si yo tuve infancia. Me pregunto cómo fue. No es que me haya dado Alzhéimer ni nada por el estilo, mas sin embargo, sólo tengo algunos pocos recuerdos, hay caras familiares, a algunas se les han borrado el nombre, por otro lado existen nombres a los que se le han borrado la cara. Intento buscar fotos para ver si reavivo esos momentos. Con la mayoría no da resultado. Incluso, me es aterrador pensar qué hacía en esos momentos y por qué causa me tiraron la foto y ahora no lo recuerdo. Suena algo trillado. Pero esas fotografías me han hecho pensar mucho. Son instantes dentro del tiempo y el espacio que se han detenido para siempre, pero no entiendo su razón de ser. Algunas son de cumpleaños, supongo que mis padres las tiraron para recordar cómo me veía a esa edad. Difícilmente nada ha cambiado, mi rostro no ha cambiado nada durante todos estos años, sólo que ahora me sale barba. Aún así ellos no miran esas fotos, ni siquiera la de ellos cuando eran jóvenes. Las mantienen en álbumes dentro de cajas, escondidas en algún lugar de un clóset a expensas del moho y el olvido. En esta casa hay demasiados, once. Yo las veía para saber cómo eran ellos en su juventud, cómo se construía una historia de “amor” entre ellos. Recuerdo que solía hacer historias con su álbum de bodas, pero ese vivieron felices por siempre no ha llegado. Ese final de historieta nunca es cierto.


A veces busco los libros de cuentos que leía de pequeño. Todavía tengo mis favoritos, por nada del mundo los he querido soltar. No sé si es por querer acordarme o inventarme momentos de la infancia que ya no recuerdo, o quizá porque fueron mi primer contacto con el mundo de las letras. Es cierto que varias veces soñé con esos finales felices, con esas historias de hadas con las que queremos que los niños crezcan. Pero qué desilusión es crecer y encontrarse que Blanca Nieves era realmente la esclava de esos enanos perversos, que las mujeres que representaban la realidad siempre eran vistas como malévolas. Que la masculinidad dentro de esas fantasías está bien alejada de lo que es ahora ( y siempre). Esas historias también quedan en el olvido.


Pero volviendo al punto. La cuestión que me desanima es no tener esos recuerdos. Realmente me acuerdo de pocas cosas, recuerdo una sola cosa de los cuatro años, estaba en el salón de clases y era el día de llevar a una de nuestras mascotas, si no podíamos teníamos que llevar una foto. Por alguna extraña razón, mi mamá no quiso que yo llevara mis periquitos o mis peces. Tampoco le tiramos fotos. Sé que ella me explicó, pero ahora yo no me acuerdo. También me acuerdo de mi primer mejor amigo. Amaury, se llamaba o llama. Desde los ocho años perdí su rastro. Incluso no me acuerdo de familiares. Cuando se hacen fiestas familiares mis tías me preguntan el porqué de mi alejamiento. Le atribuyen todo a mi proceso universitario y de crecimiento intelectual, “ese no está en la tierra, se cree más que nosotros”, se atreve a decir una. Pero es que todo se me hace ajeno, no puedo unirme a algo que desconozco por completo. Que si se fueron a otro país, pero ahora están aquí. No es motivo. Es extraño cómo uno se olvida de la gente. Una amiga me dice que esa gente no tuvieron relevancia en mi vida, que por eso la olvidé. Me niego a creerlo. Porque entonces significa que todos esos momentos de los que no me acuerdo nada no tuvieron relevancia en mi vida. Eso sí, me acuerdo también de esos momentos chocantes, casi todos envueltos con la muerte o el dolor.


De lo que nunca me olvido es del cariño, esa cosa extraña que los mortales suelen dar (ya que no pertenezco al mundo regular según mi tía, pues tengo que ser algo sobrenatural, ¿no?). de esa ternura que me sabe mucho a animal. Esa cosa loca que me gusta. Me acuerdo mucho de mi bisabuela, es una tristeza que mis primos, los que tienen mi edad, no se acuerdan mucho de ella. Yo sí siento que logré crear un eslabón con ella. Yo me acuerdo de su pelo marrón cenizo, de sus lentes, de lo jorobado en su caminar, de su lentitud al hacerlo, todo por la vanidad de no usar bastón. De la silla de cuero blanca que tenía para sentarse a mirar en un callejón sin salida. Del reloj que colgaba en la pared y me gustaba mover las agujas hasta las doce para que sonara. Con esa mujer nadie podía. Me acuerdo de su boca totalmente mellada, ni un solo diente, nunca quiso usar puente. A veces siento que soy como ella. Para muchos en la familia ella era una extraña, igual que yo. Se rehusaba a bañarse en una ducha. Siempre me acuerdo de ella bañándose en un cuartito dentro de su cuarto. Ponía una palangana inmensa color roja con flores azules en el centro (¿Oyá?), se enjabonaba con una pequeña toalla y luego se echaba agua con un cubo de metal. Para mí era fascinante su ritual. También me acuerdo cuando me hablaba, cuando se levantaba de su cama adolorida y se trepaba en un librero (así jorobada y viejita) todo lleno de polvo, biblias, libros de hechizos, recetas, novelas rosas y me daba dinero, lo escondía en las mismas biblias azules que yo todavía tengo guardadas en algún clóset, para que me comprara chocolates. A ella le encantaban los chocolates. Le encantaba tomar refresco en copas. Le gustaba jugar mucho con el agua. Tal vez de ahí mi pasión por las dos cosas, las copas y el agua. Me encantaba mi bisabuela, no puedo evitar la nostalgia cuando hablo cosas de ella. Tan sultana, tan emperatriz callada y austera, mirándolo todo con suavidad para luego soltar el bum si se entrometían con ella o los suyos. Yo sé que a ella no la podré olvidar.


Quizá comprendo un poco más para qué se olvida. Tal vez es para evitar esa nostalgia que nos hace soltar lágrimas, que nos hace ver lo pésimo que podemos ser al vivir. Quizá olvidamos para nosotros mismos olvidarnos de lo que somos, de lo que seremos, de las razones que se han concluido en nuestro cuerpo. Para alejarnos de esa mancha que a veces es la herencia, el destino y la familia. Para no perdernos en el laberinto de los otros y querer seguir en el nuestro. Para olvidarnos del dolor. Para aprender a vivir…

2 comentarios:

Antigonum Cajan dijo...

Mi infancia fue una mierda
fundamentalmente pero me repuse.
Por cierto si usted cree que Arnold
era lo maximo,ni ha leido mi articulo
I was once into bodybuilding,
ni ha visto fotos de SERGIO OLIVA.
Suerte y exito en su blog.

José H. Cáez Romero dijo...

No pienso que Arnold sea lo máximo, de hecho, creo que nunca lo ha sido. Sólo es una referencia a la cultura pop!