martes, noviembre 27, 2007


Me siento desgarrado.
La textura de tus labios es penetrante,
es de esas que tatúan emociones y recuerdos
como si fueran tinta china,
la más negra de todas,
la más dulce y melancólica de todas.

Me atrevo a mirarte a los ojos
pensando en canciones de antes,
canciones que se olvidan con el rumor
del tacto;
tal vez el mismo de tus labios.
Todo se detiene por mirarte a los ojos.

Todo termina en eso;
en una imagen rodante
y circunferencial
captada por la vista y el tacto
de besos añejados en saliva y deseo
que cada vez, es más lenta,
lenta…

L
E
N
T
A

L…e…n…t…a…

lunes, noviembre 19, 2007

La Nena, chic ella, casi sudando

Era el medio día. El sol estaba picando las pieles de los que no encontraban refugio entre las sombras de los árboles, o de los edificios. Y por ahí iba caminando ella, con una prisa de estrella fugaz. Iba como si el mundo se le cayera encima, como si se fuera a acabar. Su cara amarga, llena de preocupaciones, de prisa otra vez. Estaba cansada, tenía mucho peso sobre sus hombros. Agotada. Le dolía la cabeza, le picaba la cabeza, era el sol, y los productos baratos para el cabello que le producían caspa. Pobre, iba caminando con sufrimiento y para colmo, con caspa. Ella muy chic, blanquita, tratando de esquivar al sol para no tostarse la piel, pero era imposible, las sombras estaban escogidas, la gente la miraba, se sentía asquerosa, y para colmo una gota de sudor le corrió por la frente. —¡Ay fo, que asco!—decía la nena. Bendito, si es que se le notaba lo mal que se sentía. Las gotas comenzaron a correr más fuerte. Ella putrefacta, sin sentido común, comenzó a caminar más rápido diciendo: —Este sol está que pica y ni una jodía sombra. Ay Virgen, que nadie me oiga—. Se le safó la mala palabra a la nena, nena muy chic ella. Muy refinada, pero con palabras cafres. Seguía caminando, no podía más, su travesía era más difícil que la de Odiseo tratando de volver a Ítaca. Bendito, empezaba a jadear, casi como los perros, pero sin la lengua por fuera. Lo vio a Él, tan bonito, como un modelo de esos de revista europea. De esos que son perfectos, como los príncipes de cuentos y que invitan a incriminarse con el pensamiento. Tan bonito Él, como para comérselo todo.
Trató de sonreírle, pero el calor no la dejó, el sudor ya le corría por la cara, como las cataratas del Niágara. No podía más, casi llora la nena. Él la mira, piensa “qué lindo culo tiene la nena esa”. El pantalón bien ajustado a la cadera, sin aviso de carne líquida, todo plano, menos las nalgas (trrremendo coolant) y las tetas, por su puesto. Los tacos altos, la cartera que parece maleta combinada con su pantalón y joyas. Pobrecita, ella muy chic, casi llorando por el sudor, y que no se le olvide que la caspa le pica. Corre porque está cerca, la hora está a punto de comenzar. Por fin, su destino está muy cerca, ya deja de caminar como estrella fugaz, ahora va como cometa, un poco más lenta, pero tiene que caminar. Entra al edificio. Oprime el botón del ascensor, no puede subir las escaleras. Los tacos no la dejan caminar ya. Parece que le ha dado la vuelta al mundo entero. No debe subir las escaleras, después de la travesía que hizo, casi imposible. Vuelve a oprimir el botón. Se desespera. No abre. El ascensor marca el uno y no abre sus puertas. —Ay por favor ábreteeeee— suplica la nena casi llorando, bendito, tan chic y el mundo la hace sufrir. —De seguro esto es una conspiración astral-karmática-universal en contra de mi persona. Que jodien…(mira a todos lados, se compone) chavienda— se apresura a decir la nena chic de palabras cafres. Se seca el sudor con el pañuelito que tiene en la cartera que le combina con el pantalón y las joyas. Mira el reloj “Viceroy” [no es lo que tengo, es lo que soy] que compró con la tarjeta. Tarjetita dorada de papi, la cual le rogó que le prestara, las amigas tenían uno igual. La nena, chic ella, está “in”. —¡Ay, casi es hora! — dice la nena. Se dispone rápidamente a subir las escaleras. Otra travesía, casi como escalar el Everest sin el equipo necesario, y para colmo la nena con tacos. —¿Por qué a mí? — se pregunta la nena. Sube, sube, casi vuela, dos pisos más. No puede, se le cae un taco, se detiene una centésima de segundo y piensa si lo deja y sigue o lo recoge. Lo recoge, pero no se lo pone, sigue subiendo, totalmente encochinada, primero sudada y con caspa, ahora pisando donde todo el mundo camina y escupe. La nena chic está descalza, por lo menos de un pie. Y casi negro y ella muy blanca, papel y tinta. Un piso más, llega, se tambalea por el desbalance y la altura, ve la gloria, ve a San Pedro en las puertas del cielo. Se siente aliviada (casi). Ve la puerta. Ve un papel en la puerta:
“Estudiantes del profesor Torres no se reunirán hoy, el examen semestral será cambiado para la siguiente semana, se les recomienda que tomen el tiempo libre de esta hora para que repasen el material. Gracias”.
—¡Sea la madre del profesor y de todos los profesores del mundo, sea la madre de esta universidad, maldita sea (con mucha intensidad) ¡COÑO! Una que viene corriendo para coger el cabrón examen y no viene el profesor. Pero esto no se va a quedar así, el cabrón se va a acordar de mí, tanta insistencia para nada. Puñeta! — dice la nena. Bendito, tan chic y con palabras cafres. Todos la miran, la miran con detenimiento y con asombro. Se le salio el monstruo a la nena. Nadie lo cree, tan chic ella y hablando de esa manera. Casi se la tragan con la mirada. La nena se encoge, se pone diminuta, casi se hace una bola, quería que se la tragara la tierra, o mejor que desapareciera de otra manera porque eso es muy asqueroso.
Todos la miran, muy chic ella, una gota le corre, pero no es de sudor, es de sufrimiento y vergüenza. La nena, que había sudado, que el sol la había picado y tostado, que le había salido caspa, para colmo descalza por su escala en el Everest, y después, el profesor que no había venido. La nena lloró, desconsoladamente, con un lamento de tragedia griega. Las puertas de la represa se abrieron. Casi le falta el aire, no puede creer lo que acaba de decir, se marea un poco. Está confundida, pero se compone antes de caer en el piso asqueroso de la universidad. Mira a todos lados y corre. Corre como fiera tras su presa, corre como presa que escapa de una fiera. Imposible, una fiera que la cazó y la marcó de por vida. Se fue, salió corriendo por todo el edificio, corrió más que la otra vez, el maratón apenas comenzaba.
Se montó en el carro de lujo que tenía, todo bien brilladito, hermoso, y desapareció en ruta a la avenida Barbosa.