
Hace mucho que no sentía el dolor ajeno en el estómago. Hoy vi a una querida amiga llorar, derrumbarse en pedacitos pequeñísimos. Lo hacía con amargura, era un dolor que le salía del cuerpo, de las vísceras, de lo más hondo. De alguna manera sentí su dolor.
Lloraba por la muerte de un familiar, uno que sufrió mucho. Un familiar al que le temía de pequeña, y al que ahora, antes de su muerte, le había tenido cariño. Su cuerpo se llenó de una piedad increíble. Yo me pregunto ahora, ¿qué sucederá? Es doloroso alejarse de alguien y pensar que nunca más volverá, que nunca más estará ahí. Es extraño el cuerpo humano, es extraño ver cómo se acostumbra a su ausencia. Hay gente que no puede lograrlo, el olvido no es parte de sus vidas. Hay otros que sí, se amoldan a la ausencia, saben que no están, pero de alguna manera se reponen. Por otro lado, hay quienes no sienten nada. Últimamente, sólo pienso en la empatía. Me duele ver a alguien a quien quiero mucho sufrir. Me siento cohibido y creo que igual de devastado. A veces siento que un abrazo no basta, que una palabra o gesto no son lo suficientemente consolador para el otro. Me duele la incomodidad y el vacío. La muerte es dolorosa de cualquier forma. El que muere se va, su sufrimiento “tal vez acabe”, pero el que se queda, el que está vivo, se ahoga en el dolor. ¿Hay libertad o atadura? Sólo sé que no quiero experimentar nada de eso por el momento.