viernes, diciembre 19, 2008

Escape V

Hago eco de un anuncio que causó impacto en la isla, y que el escritor Javier Ávila utilizó para uno de sus ensayos más controversiales: “ ¿Qué nos pasa Puerto Rico?”. A ese le sumo otra pregunta, ¿qué le pasa al gobierno de Puerto Rico? Otra, ¿nos queremos vestir de ceguera y de indiferencia? La verdad es que no sé si tengan respuestas, o sean meras preguntas retóricas. Todavía no me lo creo, o intento no creérmelo.

Todo este mejunje de preguntas surge por lo que acabo de ver en la calle. Los que me conocen saben que constantemente me estoy moviendo, mirándolo todo minuciosamente, mirando el crecimiento de ese frío cemento que nos devora, la ciudad. Y que conste, no le quiero echar toda la culpa al cemento, pero es que de alguna forma hay que buscar el origen de estas situaciones; hay que empezar por algún lado. Acabo de ver a una anciana pidiendo limosna en la entrada de una farmacia, de esas que vienen de afuera y venden más artículos de tienda regular que de medicinas y cosas médicas. Pedía limosna con miedo, casi ni extendía su mano, la sujetaba con la otra, pegada al pecho. Era obvio lo que hacía, su cara lo decía todo. Me quedé un rato en el carro observando a ver qué hacía la gente. Luego de quince minutos y dieciocho personas haber salido, ni uno se dignó a darle un mísero centavo.

Admito que se me escaparon dos lágrimas. No hay nada más que me parta el alma y me nuble los ojos con lágrimas que ver a un anciano sufriendo. Es algo que desde pequeño me conmueve, fui criado entre ellos, he visto por lo que pasan, he visto por lo que sufren. He sufrido con ellos. Ese anuncio de la anciana buscando la carta de su familia en el correo y sólo recibe un cheque me mató. No lo puedo ver. Es espantoso, insisto. Entré a la tienda a comprar lo que necesitaba. Incluso, luego de haber pagado con la tarjeta, como no me quisieron dar cambio, tuve que comprar un artículo para tenerlo y darle algo a la señora. La miré desde adentro, la observé con calma. No había llagas, no había signos de puyas. Probablemente alcohol, si es que tiene algún vicio pensé. Su ropa estaba sucia, una camisa gris y una sudadera verde. Unos tenis rotos. Su pelo blanco, un poco amarillento, una gorra le cubría la cabeza. De lo poco que tengo, porque admito que soy otro mantenido en este país, le di tres dólares, me quedé con otros dos por alguna emergencia, que como están las cosas en este país, ni para una botella de agua dan. Luego me quedé otra vez en el carro, a mirar que pasaba. Quince minutos más, un señor le dio una moneda.

Yo me pregunto si es que yo tengo demasiada empatía o si la gente es demasiado apática. Si la gente no sabe cómo ponerse en los zapatos de otros. La maldita marginación. Todo esto es realmente doloroso. La gente no puede ver que en algún momento puede vérselas como ellos. Por Dios, si es que existe, es un anciano. Es una persona que casi no puede valerse por sí misma. ¿Dónde está el gobierno, la iglesia en estos momentos? ¿Dónde queda la sensibilidad de la gente? Cada vez me impresiona más, en el capitolio se roban los washingtones del pueblo, la iglesia se mete a defender la vida, a maldecir el aborto, a prohibir los matrimonios gays, a pedir nexos con el gobierno para tener más poder, parece que volvemos a la Edad Media, si es que nunca salimos de ella. No sé si exagero, pero es una realidad que me jode. Qué se hace con estas personas cuando no tienen dinero, cuando los expropian de sus hogares, el único refugio seguro que les quedaba. ¿Dónde están sus hijos, sus familiares? Me indigna.

Siempre invito a la gente a que se tire a los asilos y que vea cómo son los que viven ahí. Siempre hay un brillo en sus ojos, como una última esperanza pidiendo que los rescaten, que los vayan a ver. Necesitan tacto, se vuelven como los recién nacidos. Yo siempre me pregunto si terminaré así, en la calle. Si alguno conocido terminará igual. Las cosas en este país no están bien. Entonces cuando vemos a alguien a quien podemos asistir con una simple moneda no lo hacemos, ponemos una barrera que nos distancia. Nos hacemos los brutos-ciegos-sordos y mudos. No vemos nada, en la mente sigue esa encuesta de que aquí somos felices y que no pasa nada. Creo poder entender ahora, es que la gente no pasa necesidades. No sabe lo que es estar sumido en el alcohol, en la pobreza, en al hambre que te pega el estómago y las tripas a los huesos. A veces la gente no sabe lo que es una lágrima real. Lo que es la desesperación por el escape, y la nueva palabra que utilizo para todo, la fuga. Gente, reflexionemos un poco más, no hay nada mejor que destronar al ego y acercarse al otro, al desconocido y brindarle aunque sea una esperanza falsa que lo haga sonreír por cinco minutos. No es difícil.

2 comentarios:

Ana María Fuster Lavin dijo...

Cielo, hermano bello, es que hace falta mucha mucha más gente como tú!!!
¿Me autorizas a publicar este escrito en mi boletín Borinquen Literario?
besos

José H. Cáez Romero dijo...

Clarooooo que la autorizo! Gracias por tus comentarios hermana. Nos vemos prontito.