lunes, enero 07, 2008

Fragmento de cuento sin título todavía

Un rayo le golpeó en los párpados casi transparentes por los años que le caminaron duramente por el cuerpo. Sintió que respiraba otra vez. El letargo en el que había estado suspendido toda la noche desaparecía lentamente. Sintió movimiento en la mano derecha, un ligero entumecimiento en las otras extremidades. El cuerpo todavía le pesaba. Trató de levantarse pero fue inútil. A pesar de estar cerca de la costa hacía calor, mucho más dentro de la casona hecha con planchas de zinc oxidadas por el salitre y pedazos de cartón. Ya no oraba por las mañanas como solía hacerlo antes, sólo rogaba a Dios por una sola cosa:
-¡Sácame de este mundo que no vale nada!—
Se levantó de un solo movimiento, se pasó la mano por el rostro.
-¡Qué mierda! Yo no sé ni para qué coños te pido eso. Nunca me escuchas, ni siquiera me respondes.
-El no le responde a nadie…
-Tú cállate, no sabes hacer otra cosa que no sea fastidiarme.
-Yo no te fastidio. Yo sólo te digo lo que pasa.
-¡Que te calles te dije! Me fastidias, desaparécete.
La voz se esfumó con el temblor que dio la casa.—Tengo que amarrar esta cosa otra vez—se decía mientras echaba hacia un lado los periódicos que jugaban a hacer de sábanas. Salió de la casona que era un poco más baja que su altura. Trató de dar unos pasos con una postura derecha. Dio un grito desgarrador.
-¡Ah! Sea la madre del que me dio el cantazo anoche. Se me va a hacer una eternidad caminar ahora en lo que esto se arregla.
-Eso no se arregla sólo.
-Te dije que te fueras, ¡que no entiendes!
-Que no.
-Que te vayas te digo
-Pero es que…
-Carajo ya, ¡lárgate!—dijo de una manera tan fuerte que sintió que su cuerpo se despertó de manera súbita.—Tanta mierda pa lo mismo, por qué no me buscas o mandas un rayo que me parta por la mitad—decía mirando al cielo como buscando una razón, algo que lo tranquilizara. Comenzó a caminar.
-El vaso se te queda.
-¡Qué ya se que el vaso se me queda! Sólo trataba de ver como era que caminaba.
-Claro, muy obvio, que te harías sin mí.
-¿Qué dijiste?
-Nada.
-Ya déjame, vete vete, quiero estar solo.
Un ventarrón vino fuerte y empujó su cuerpo como hoja seca. Su rostro se alzó, caminó despacio, descalzo. Hacía años que no usaba zapatos. Ya sus pies no sentían el dolor del piso ardiente. Así mismo estaba su corazón, duro, resistente a lo que apareciera como muralla, aunque a veces se derretía y parecía que se le quería escapar por el primer hueco que encontrara. Caminaba pensando, siempre pensando en todo, cuestionándose todo, envuelto en hambre, sed y tal vez enfermedades que todavía no tienen nombre. Hoy, más que todos los días, le dolía pensar. Hoy se supone que fuera un día especial, aunque no recordaba por qué.
Siempre daba sonrisas de gratis. Tampoco tenía razones pero era algo inefable que existía dentro de él. Mientras caminaba pasó cerca de una familia que estaba compartiendo desde un mirador hacia el mar. Había una niña hermosa de ojos azules como los de él. Trató de recordar a alguien cercano que tuviera esos ojos. Pero no podía. Miró a la niña de largos cabellos negros y ojos que hacen recordar y le dio una sonrisa, le brindó lo más puro que podía tener. La niña gritó y se escondió detrás de su madre. Con la cordialidad que le surgía hacia los demás dijo—buenos días—. Esperó una contestación por unos breves segundos mientras caminaba. Nada sucedió, respiró hondo y siguió su camino.
-Mami, ¿por qué ese hombre apesta?—dijo la niña con inocencia ignorante.
-Porque es un vago que no se preocupa por sí mismo y le es más fácil pedir que trabajar, por eso es que apesta y es así—dijo la mujer de joyas lustrosas y zapatos blancos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

quiero mas